sábado, 25 de septiembre de 2010
Rumbo a Chile!!
Fue en Diciembre, cuando ya no dábamos más de la vida en Buenos Aire y que se llegó al fin el día que tanto esperábamos: viajar a Chile, para conocer, en Santiago, a la familia de Kami, mi novia. Después de una serie de atrasos con el bus que la verdad no conviene detallar, salimos por fin unos cuantos días antes de la Navidad de 2009 en un bus que hizo un tortuoso viaje de 22 horas. El viaje en sí no fue malo por las condiciones del bus, pues los asientos eran confortables y el servicio del personal del bus fue bueno, dieron mucha comida y no dormí tan mal, pero el problema es viajar tantas horas con tan sólo una pausa para comer de media hora y tener que ir al baño y dormir en un mismo sitio, sin poder pararse ni nada. Para alguien que no está acostumbrado a este tipo de viajes es realmente una tortura después de 10 horas de viaje. Pero si lo haces (como nos tocó a nosotros), en los asientos que están justo al lado de los baños, entonces se vuelve insoportable. Sin embargo, hubo cosas llamativas en el viaje. El auxiliar del bus se enfermó desde que comenzó el viaje, y como esa persona es el encargado de atender a los pasajeros en viajes tan largos, tuvieron que sustituirla por uno de los choferes sustitutos que iban en el viaje. El pobre, al no tener experiencia, lo único que hacía era ofrecernos tragos para que "nos durmiéramos rápido", como decía él en broma. Lo bueno fue que entre tanto nervio el señor era súper amable y nos dió más comida de la cuenta.
El recorrido que va desde Buenos Aires hasta la ciudad de Mendoza, ciudad cercana a la frontera con Chile, es tranquilo, sin sobresaltos. Son llanuras inmensas donde no hay nada, sólo vacas, ríos anchos, muy anchos, pueblos perdidos y sembradíos.Es tan plano que se deben divisar cosas que están a decenas de metros de distancia. Y por la noche no debe ser muy seguro exponerse a las tormentas que se dan allí. La visión de rayos que alumbran todo el cielo es impresionante. Después de 16 horas de viaje, pasamos por Mendoza y enfilamos rumbo a cruzar la Cordillera de Los Andes. Llegamos al paso fronterizo Los Libertadores, en lo alto de la cordillera e hicimos los trámites migratorios respectivos. El paso hacia Chile en ese sentido es quizás el más estricto de Sudamérica pues te obligan a descender del bus y abrir todas tus mochilas y maletas, además de pasarlas por rayos X y ser olfateadas por perros. Cualquier alimento que esté contenido en paquetes ya abiertos o que sea de origen casero es automáticamente tirado a la basura, sin derecho a decir ni jota. Además uno debe llenar un formulario en el que firma dando fe de que no se porta ninguna clase de alimento en el equipaje, así es que, si te pescan mintiendo, te vas con una multa fuerte. Al papá de Kami,mi novia, le encontraron un frasquito de miel de abeja que él olvidó declarar y sólo por eso lo multaron con 400 dólares. Aunque parezcan draconianas las medidas de control, lo cierto es que de esta forma Chile ha creado una barrera sanitaria que le permite mantenerse libre de múltiples plagas de cultivos que podrían entrar por cualquier alimento contaminado. Como es de esperarse en un control tan estricto, el atraso allí fue extenso, como de una hora y media,más o menos.
Ascender por la cordillera de Los Andes al amanecer es un experiencia increíble. La majestuosidad de las montañas más altas de América con sus cumbres eternamente nevadas lo absorben a uno. Ríos,nieve, frío. También hay que tener en cuenta que la cordillera, por estar en verano, no estaba en su máxima expresión de belleza, pues la nieve de las laderas se ha derretido y en su lugar deja ver riscos y faldas peladas, sin ningún o muy poco asomo de vegetación, lo cual a veces me pareció aburrido, seco. Sin embargo,y a pesar de eso, insisto en que la cordillera era hermosa.Lo peor realmente, era lo que iba a pasar luego.
El mal olor de los baños del bus ya saturados y la carretera, cada vez más sinuosa, me empezaron a sentar pésimo. Para cuando al fin tomamos el descenso y empezamos a ver los primeros viñedos en Los Andes, el mal de altura o como le dicen acá, el "apunamiento" ya me estaba empezando a ganar la partida. Aún así tomé todas las fotos que pude y disfruté del paisaje. Unas 5 horas después de haber estado en el paso fronterizo, llegamos a la gigantesca Santiago de Chile.
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