martes, 19 de octubre de 2010

Lago Ranco





Nos despedimos de la hospitalidad de la Isla de Chiloé al día siguiente, bien temprano. Salimos con nuestros amigos en carro, cruzamos el canal nuevamente en el ferry e iniciamos el regreso. Nuestros amigos habían decidido ese mismo día al levantarse que pospondrían una noche más su regreso a Talca para acampar en el lago Ranco, un sitio que ni ellos, y por supuesto nosotros, no conocíamos.Sin pensarlo demasiado decidimos aceptar la propuesta de acompañarlos. Recorrimos unos 340 km más o menos, y llegamos al lago que da nombre a la ciudad homónima, situada a unos 47 km de distancia, y que es el tercer lago más grande de Chile.

Llegamos en horas de la tarde. Debo reconocer que es uno de los sitios que más me gustó durante mi paso por Chile. Un lago enorme, de un azul profundo, bordeado por lejanos volcanes nevados y montañas de gran altura. Las familias se bañaban en sus aguas frías y todo el entorno era hermoso, la tarde era perfecta. Estuvimos en el lago a lo sumo media hora y decidimos ir a montar la tienda de campaña. Cerca de la nuestra nuestros dos amigos montaron la de ellos, mucho más espaciosa, pues la nuestra tiene capacidad sólo para dos personas. Hicimos una fogata y comimos algo conforme se iba acabando el día. Decidimos dejar el recorrido por el lago y la sesión fotográfica para el día siguiente, algo de lo cual al final nos arrepentimos.

Gracias a la posición del planeta en que estábamos y la época del año vimos algo totalmente nuevo para mi: un atardecer a las 11 de la noche. Luego, otro espectáculo: pocas veces he visto tantas estrellas como esa noche. Nuestros amigos nos invitaron a compartir su tienda con para dormir más cómodos, pues cabíamos los cuatro de sobra lo cual, por suerte, aceptamos, dejando nuestras mochilas guardadas al interior de nuestra tienda.

Pues hasta ahí todo estaba genial. Pero a eso de las 5 de la mañana, sin previo aviso, se desató un aguacero tremendo que inundó nuestras tiendas y mochilas y nos obligó a correr a buscar el carro de emergencia. Nos metimos empapados e iniciamos el viaje de regreso, sin poder conocer nada más del lago.

La lluvia amainó al pasar de los kilómetros y las horas. Llegó el momento de despedirnos de nuestros amigos, pues Kami y yo habíamos decidido no seguir hasta Talca y bajarnos en la intersección que lleva hacia la ciudad de Valdivia, para seguir desde allí por nuestra cuenta. Nos despedimos de ellos y les agradecimos por todo. Realmente fueron una compañía muy agradable.

Nos pusimos nuestras mochilas al hombro y caminamos a lo sumo 5 minutos, cuando un señor paró una camioneta y nos llevó. ¡Al fin suerte!. Viajaba, al igual que nosotros, hacia Valdivia y nos dejó en el centro de la ciudad. Cansados y aún medio mojados no estábamos de ánimo para conocer demasiado, así es que preguntamos por alguna oficina de orientación turística y hacia allá nos dirigimos. Nos regalaron varios mapas y contactos de hospedajes. Llamamos a varios de esos sitios, pero los precios por noche nos parecieron excesivos. No sabíamos qué hacer puesto que no era viable seguir acampando dado el estado del tiempo, entonces revisé el mapa y le dije a Kami “aquí aparece un lago que está cerca y que se llama Panguipulli, ¿lo conoces?”. Como no teníamos nada que perder y Valdivia no ofrecía buenas opciones, fuimos a la terminal de buses y compramos dos boletos a Panguipulli, por lo que en poco rato ya íbamos en bus a nuestro nuevo y desconocido destino…

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